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Rock en General

Iron Maiden, Live After Death (DVD)

Iron Maiden, Live After Death (DVD)

El otro día, hablando de música, a alguien se le ocurrió comentar, a tono de broma e ironía “El “jevi” es de paletos”. En esto, un compañero de trabajo ya entrado en años y “jevi” de la vieja guardia, suelta bien alto “Prefiero ser paleto que maricón de playa”.

Lo cierto es que el heavy es sistemáticamente maltratado en los medios. Puede ser por lo primario que es o su rudeza, o porque los consumidores de música medios actuales buscan cada vez menos “intelectualidades” o “ralladuras de coco”. Ya se que es un género cuyas camisetas de Metallica o Iron Maiden jamás pegarán con las pasarelas, aunque últimamente se haya dejado infectar  por las corrientes de la moda (excepto en dicha vieja guardia). Lo cierto es que sería genial poder disfrutar del heavy a todo nivel y que fuera visto como una corriente musical más.

En contra de todo esto que estoy diciendo, la montaña vino a Mahoma y apareció con bombo y platillo, el DVD del magistral concierto Live After Death de los no menos magistrales Iron Maiden, quienes en un año dieron 193 conciertos en el orbe en una de las giras mas desaforadas que se recuerde.

Recuerdo aquél primigenio VHS que me grabó el Ricardo de aquella gira, propia de un manual de heavy de la vieja escuela y de un estudio antropológico completo (aquellas mallas ochenteras ¿a quién se le ocurriría?) por no hablar de la inyección de energía que transmite el concierto, independientemente del formato.

La madre de los documentos de conciertos heavy clásicos: Riffs apoteósicos, bajos como apisonadoras, baterías desmedidas, pasión desbordada y voces grandilocuentes, en este caso, cortesía de la factoría Bruce Dickinson, dueño de un vibrato bestial, y de una cualidad de “front-man” que no para de saltar y vibrar, cualidades todas estas que quisieran para si muchos grupos actuales.

El escenario es otro puntazo de este concierto. La banda, a los pies de una pirámide enorme, rodeados de sarcófagos egipcios, de donde emerge una momia que parece que se les va a caer encima.

Instrumentalmente hay poco que decir. En 1985 la banda llega a su máximo apogeo y este no decaerá por unos cuantos años más (por lo menos hasta 1988, año de mi favorito Seventh Son of a Seventh Son, en mi humilde opinión).

En el video, antes de terminar el concierto con “Sanctuary”, Dickinson se dirige al público exclamando “Llenamos cuatro días en Los Ángeles y la MTV nos sigue tratando como relegados”, en traducción libre. Hoy en día, 24 años después y sin muchos cambios me pregunto ¿Alguien tiene idea de por qué semejante actitud de los medios?

En conclusión, catorce canciones en noventa minutos, todo un derroche de pasión heavy, melenas, mallas, letras medievales y trascendentales, intricados duelos de guitarra, batería que ruge, un bajo demoledor apuntando al público californiano y una voz que pone los pelos de punta.

Visto lo visto, yo también prefiero ser paleto.

Imagen tomada de: www.ironmaiden.com/

 

La Última Oportunidad

La Última Oportunidad

No quería ir a Queen el pasado 24 de octubre en Murcia (a 90 Km. de mi casa). May y Taylor estaban bien, pero Paul Rodgers nunca me convenció en el rol de Mercury. Además no estaba John Deacon, el gran reactor secreto de “la reina”. He pasado de largo.

 

Posteriormente leí una entrevista a Tony Banks, teclista de Genesis, donde el músico manifestaba sus intenciones de reunirse con Genesis en una especie de gira de despedida. Y aunque en otras ocasiones había lanzado el rumor, ahora parecía ser cierto. “Estamos viejos”, decía su compañero en el bajo, Mike Rutherford, que agregaba: “hay que hacerlo antes que uno de nosotros muera. La idea es que no nos pase lo que a Roger (Waters) y David (Gilmour)”, aludiendo a la muerte de Rick Wright, que rompió cualquier idea de juntar a sus colegas de Pink Floyd.

 

Más allá del gusto o no gusto por Queen, la gran razón para ir al show es porque es probable de que sea la última oportunidad, no de verlos vivos (no hay que ser tan dramáticos) pero si activos arriba de un escenario.


La gente se hace vieja, los ídolos se marchitan, Paul McCartney anunció su tour mundial de despedida para el 2010, somos tal vez los últimos privilegiados con posibilidades de verlo bajo reflectores. Un amigo me decía que la muerte de Rick Wright había sepultado los sueños de tres generaciones de ver en  concierto a Pink Floyd como cuarteto, de tener la sensación de que un grupo que nos ha acompañado toda la vida, ya no iba a volver a tocar.


Y no es ser alarmistas, todo lo contrario, es pura lógica. Los grandes mitos del rock tienen ya más de 65 años, han bajado las revoluciones de su música para poder interpretarlas. Bowie ha dicho que está pensando en vivir calmado sus próximos años, Dylan no quiere regresar a la carretera, los Stones se han guardado callados (y cansados) sin hacer declaraciones. De The Who sólo quedan dos y uno está completamente sordo, Ozzy y Black Sabbath son casi una anécdota (muy buena anécdota) de geriátrico con cuero y pañales y así la lista es enorme… Este año, por pura matemática, debieran morir unas cuantas leyendas de la música. Hasta Iron Maiden ha justificado su obsesión con las giras por el hecho de que pronto ya no van a poder seguir dándole a las seis cuerdas. Cualquier oportunidad de verlos en directo ya no es cuestión de fanatismo, sino de respeto. Y eso pasa con el ejemplo de Queen, no un gran concierto como insisten sus incondicionales, sino una misa de cultura rock, una especie de documental en vivo y en directo del legado musical de cuatro sujetos a la humanidad, porque no hay nada nuevo en sostener que el rock es música docta, la diferencia es que ahora el apelativo de clásicos es más fuerte que nunca. Seguramente “The Show Must Go On”, sonó en el momento más emotivo de la noche, donde ante los ojos de los fans pasó buena parte de la historia del siglo veinte.


En este escenario el rol que va a cambiar radicalmente es el de las bandas tributo. Estos grupos de fanáticos, por fanáticos y para fanáticos van a transformarse en el equivalente musical a un remake. O en códigos de música docta, en quienes interpretarán a los grandes muertos del rock. De aquí al 2020, nuestros descendientes van a escuchar a Deep Purple, Camel, Led Zeppelin y pongan el nombre que quieran, a través de conjuntos que hoy son amateur pero que pronto serán tan profesionales como una orquesta de cámara y que terminarán cobrando tanto o más que a sus inspiradores. Quien sabe, tal vez en un par de décadas quienes llenen los estadios sean Lemon (U2) y YYZ (Rush), como ya lo hacen The Musical Box (Genesis) o The Australian Pink Floyd Show. Posiblemente sea parte del futuro en la cultura del rock.