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Rainmaker

La Última Oportunidad

La Última Oportunidad

No quería ir a Queen el pasado 24 de octubre en Murcia (a 90 Km. de mi casa). May y Taylor estaban bien, pero Paul Rodgers nunca me convenció en el rol de Mercury. Además no estaba John Deacon, el gran reactor secreto de “la reina”. He pasado de largo.

 

Posteriormente leí una entrevista a Tony Banks, teclista de Genesis, donde el músico manifestaba sus intenciones de reunirse con Genesis en una especie de gira de despedida. Y aunque en otras ocasiones había lanzado el rumor, ahora parecía ser cierto. “Estamos viejos”, decía su compañero en el bajo, Mike Rutherford, que agregaba: “hay que hacerlo antes que uno de nosotros muera. La idea es que no nos pase lo que a Roger (Waters) y David (Gilmour)”, aludiendo a la muerte de Rick Wright, que rompió cualquier idea de juntar a sus colegas de Pink Floyd.

 

Más allá del gusto o no gusto por Queen, la gran razón para ir al show es porque es probable de que sea la última oportunidad, no de verlos vivos (no hay que ser tan dramáticos) pero si activos arriba de un escenario.


La gente se hace vieja, los ídolos se marchitan, Paul McCartney anunció su tour mundial de despedida para el 2010, somos tal vez los últimos privilegiados con posibilidades de verlo bajo reflectores. Un amigo me decía que la muerte de Rick Wright había sepultado los sueños de tres generaciones de ver en  concierto a Pink Floyd como cuarteto, de tener la sensación de que un grupo que nos ha acompañado toda la vida, ya no iba a volver a tocar.


Y no es ser alarmistas, todo lo contrario, es pura lógica. Los grandes mitos del rock tienen ya más de 65 años, han bajado las revoluciones de su música para poder interpretarlas. Bowie ha dicho que está pensando en vivir calmado sus próximos años, Dylan no quiere regresar a la carretera, los Stones se han guardado callados (y cansados) sin hacer declaraciones. De The Who sólo quedan dos y uno está completamente sordo, Ozzy y Black Sabbath son casi una anécdota (muy buena anécdota) de geriátrico con cuero y pañales y así la lista es enorme… Este año, por pura matemática, debieran morir unas cuantas leyendas de la música. Hasta Iron Maiden ha justificado su obsesión con las giras por el hecho de que pronto ya no van a poder seguir dándole a las seis cuerdas. Cualquier oportunidad de verlos en directo ya no es cuestión de fanatismo, sino de respeto. Y eso pasa con el ejemplo de Queen, no un gran concierto como insisten sus incondicionales, sino una misa de cultura rock, una especie de documental en vivo y en directo del legado musical de cuatro sujetos a la humanidad, porque no hay nada nuevo en sostener que el rock es música docta, la diferencia es que ahora el apelativo de clásicos es más fuerte que nunca. Seguramente “The Show Must Go On”, sonó en el momento más emotivo de la noche, donde ante los ojos de los fans pasó buena parte de la historia del siglo veinte.


En este escenario el rol que va a cambiar radicalmente es el de las bandas tributo. Estos grupos de fanáticos, por fanáticos y para fanáticos van a transformarse en el equivalente musical a un remake. O en códigos de música docta, en quienes interpretarán a los grandes muertos del rock. De aquí al 2020, nuestros descendientes van a escuchar a Deep Purple, Camel, Led Zeppelin y pongan el nombre que quieran, a través de conjuntos que hoy son amateur pero que pronto serán tan profesionales como una orquesta de cámara y que terminarán cobrando tanto o más que a sus inspiradores. Quien sabe, tal vez en un par de décadas quienes llenen los estadios sean Lemon (U2) y YYZ (Rush), como ya lo hacen The Musical Box (Genesis) o The Australian Pink Floyd Show. Posiblemente sea parte del futuro en la cultura del rock.

 

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